BAJO FURIOSAS NUBES DE TORMENTA, LA SILUETA de una figura solitaria se recorta contra los viejos muros del Castillo Ravenloft. El conde vampiro Strahd von Zarovich contempla desde lo alto de un farallón la aldea a sus pies. Un viento frío y mordiente arremolina la hojarasca muerta a su alrededor, haciendo ondear su capa en la oscuridad. Los relámpagos restallan entre las nubes, proyectando descarnados fogonazos de fría luz blanca sobre él. Strahd mira al cielo, revelando los rasgos angulosos de su cara y sus manos. Es la viva imagen del poder y de la locura. El que fuera tiempo atrás un rostro hermoso ahora aparece mancillado por culpa de una tragedia más oscura que la misma noche.
Un trueno hace retumbar las espiras del castillo. El aullido del viento aumenta y Strahd vuelve a contemplar la aldea.
Allá abajo, en lontananza, pero nunca fuera del alcance de su extraordinaria visión, un grupo de aventureros acaba de entrar en su dominio. En la cara de Strahd se insinúa la más sutil de las sonrisas; su oscuro plan está en marcha. Sabía que iban a venir, y también sabe por qué han venido; todo sucede según sus deseos. El, señor de Ravenloft, se encargará de ellos.
El fogonazo de otro relámpago rasga la oscuridad, y el trueno que le sigue retumba entre las torres del castillo. Pero Strahd ya no está. Solo el lamento del viento, o quizás el aullido de un lobo solitario, impregna el aire de la media-noche. El amo y señor de Ravenloft va a tener huéspedes para cenar; y tú estás invitado.